lunes, 29 de abril de 2013

La Casa

Creo que uno es como una casa: naces y estás en lugar que en mucho uno no decidió, ubicado en un barrio que no siempre se puede cambiar, tal vez con características inamovibles, costumbres, tendencias, gustos que son como bases, límites de la propiedad, linderos.
De lo que se trata es de ir cambiándola, remodelándola: le pones pintura a tu gusto, adornos, cuadros, la música de Chopin desde la cocina a la sala, pones pisos, divides áreas, la biblioteca, el estudio, la sala de visitas, la del ocio absolutamente inservible y relajante, etc. 

Un día uno invita a alguien a pasar, a veces vienen un rato y nunca reaparecen, una noche, un par, entran y se van tal cual, observan el decorado, comentan algunas cosas y quizá reacomodan algo. Pero otras vienen y se quedan, vienen a vivir a la casa que es uno, le cambian cuadros, quitan Chopin y ponen a Charlie o a quien sea, derriban paredes, los tapizados, y luego, como  vinieron se van. Esas son las relaciones, no solo amorosas, sino también los amigos, pero por el grado de modificaciones que hacen suelen afectar más (o de forma más total y generalizada) las relaciones amorosas. Novias, novios, personas de una o varias noches, entran, recorren la casa, se van, vuelven, traen cosas, muebles, etc. Todos vienen y dejan algo.

El asunto es cuando se van, Neruda decía que era tan corto el amor y tan largo el olvido, y toda persona que alguna vez, sepa o no que significa la palabra, ha amado, o querido ha alguien lo sabe cierto. A veces salen limpiamente, como un cuchillo que apuñala un cuerpo ya desangrado. Otras hacen tal desorden al salir que uno no tiene más remedio que comenzar una limpieza profunda, botando muebles, cuadros, cuanta tontería haya dejado esa persona y que moleste: no se puede guardar demasiado, la idea es que ellos dejaran su marca, su decorado, pero no vivir en una casa que se parezca demasiado poco a uno.

Pero los peores son los que no se van, apenas les alcanzan las fuerzas para morir en la puerta, en el jardín, y los que uno se empeña en enterrar a medias o dejar tirados en la sala: un cuerpo podrido que infecta toda la casa, o sea, a uno, todo, enfermo. 

En esto hay que ser absolutamente pragmático: limpiar lo que ensucia, dejar las fotos bonitas, los recuerdos, sacar los viejos muertos, abrir las ventanas, espiar a la vecina nueva, lo que sea, comenzar de nuevo, a vivir.
Tal vez esto sea una tontería, pero pienso que la analogía sirve para hablar de uno, difícilmente si su perro muere por mucho que lo quiera se va a quedar con el cadáver, entonces... ¿Cuantos muertos tenemos en el armario?