viernes, 1 de marzo de 2013

Tierra de Nadie, Onetti

Extracto del libro de Juan Carlos Onetti "Tierra de Nadie", leí este libro en medio de un periodo en el que estaba realmente ataereado y tenía poco tiempo y concentración para dedicarlo a imbuirme en un libro, sin embargo soy un poco adicto a leer, tanto porque me distrae y divierte (salud mental), como por cuestiones de sueño, cuando uno pasa mucho tiempo frente a la computadora el insomnio suele atacar, leer un libro es siempre efectivo para acceder a los dominios de Morfeo.

Resulta que consumido por el trabajo de mi tesis en filosofía acababa los días exhausto de leer textos académicos que ahondaban en un solo tema... entonces quise leer un texto que tuviese capítulos breves (para leer unos diez o quince minutos antes de dormir), cuya trama fuese absolutamente irrelevante, nimia  disconexa y disruptiva, esto para no tener que estar recordando y pensando en que era lo que había sucedido, o sea algo cuya lectura entretenga pero no exija. Entonces encontré este texto de Onetti, la literatura existencial que tan bien se da en los autores latinoamericanos e ibéricos se caracteriza por mostrar lo insignificante de la vida diaria, de recordarnos que fuera de nuestra mente y nuestro reducido grupo de allegados nuestra vida no se inscribe en ningún lado cual libro de la vida, y a su vez, se puebla de bellas imágenes y una prosa exquisita. 

Pues bien, por eso leí "Tierra de Nadie" si esa es su situación, recomendado. Transcribo, como invitación, el capítulo que más me gustó, una selección meramente personal. Creo que esto es Onetti, o más bien su ciudad, esa ciudad henchida de mierda, o la vida, o los hombres, una masa amorfa, cochina, un elemento de muerte o más bien de violencia que nunca se concreta pero siempre está ahí, y uno sabe que hiere y que duele, y la vida que se esperó al llegar a una meca de arte, de amor, de su cuerpo desnudo y que no fue más que un amasijo de miedos, de nunca poder tocarte porque esa belleza no es más que la imagen del sueño donde eramos otros, y no los viejos, sucios, los de la moral de los gordos y las tarjetas, los que nunca podrán ir a esa isla prometida, a ese campo, a la casa de la madre, a la infancia de la felicidad, porque todos somos tan sucios como ese río negro que corre como cloaca en lo cotidiano de la vida. Bueno, les dejo a Onetti:



TIERRA DE NADIE
Cap. XXX



        «Y está también el pausado brillo misterioso del pelo suelto en la almohada. Hay un codo rugoso bajo el oscilante seno izquierdo y éste queda rodeado, redondo y dormido en el ángulo del brazo. Un hilo de aire que sopla de tu boca o de la mañana roza el vello sombrío junto al sueño del seno, defendiendo la noche de tu cuerpo. Aquí la mañana, los hombres pesados y graves que despiertan sin ganas, quemándose el pecho con el café amargo y humeante. Allí tus sueños, el silencio y la mañana
        »Ella y yo nos inclinamos atentos sobre tu cabeza quieta por donde pasean pies ligeros y absurdos. Es como la sola vez que te vi dormir. Pero entonces era el amor y ahora es el misterio.
        »Te miramos. A veces una mano se me va a tu mejilla para despertarte, para que parpadees veloz y asombrada lágrimas y niebla de la noche y me oigas contarte que han pasado tantas cosas en mí, en la vida, y que sin embargo no ha pasado nada. Decirte nada y mirarte y emocionarme con nuestra antigua mirada. Pero el miedo quiebra mi mano y quedamos quietos y curvados mirando tu cara. Ya el sueño escapa de tu sueño lejano y obstinado. Como la luz grisada que vence las cortinas, las extrañas cosas y las locas personas que te llenan van desbordando en la habitación. 
        » Lentos brotes se hinchan y crecen, enlazan los muebles, frotan los rincones con sus enormes ojos ciegos. Nosotros, la mañana, el aire que fuiste meciendo en la noche, la mano perdida en la sábana, el pezón vinoso y replegado, todos somos tu sueño.
        »Frotamos suaves y veloces, murmurando ansiosos nombres de Dios, largos ruegos obscenos, palabras violentas y unos secretos que estaban rezagados y acabamos de encontrar; somos angustias, bocas redondas de pescados, luna escamosa, arenales, rutas, y el hombre de negros anteojos que asoma desde el piso treinta y saluda con su revólver el fresco manojo de lilas a la cosa inmunda que trota las calles. Es el misterio de tu tierra dormida, la habitación nunca vista, la vieja sala embrujada con el bronce sucio de los candelabros, el piano desdentado y amarillo, el traje de baile perdido en el diván y la alfombra de extraviados dibujos con su vieja mancha de sangre y el esqueleto de una rosa, aplastado.
        »Pero otra vez cae rota la mano que alzaba hasta tu hombro, tu mejilla, tu labio pesado y mustio. Porque quería contarte que han pasado cosas, tantas cosas en la vida y que, sin embargo, nada, nunca pasa nada.»