(2 de noviembre, Día de Muertos)
Para O. Trujillo, con un café atavido de frío en las calles de Coyoacán
Para O. Trujillo, con un café atavido de frío en las calles de Coyoacán
Hoy supe que no debo estar aquí. Me di cuenta cuando respondí con un silencio a la afirmación de mi madre de que su vida no tiene sentido. Yo me quedé mirando su figura, hecha un puño fetal contra la almohada, pensé que lo único que le podía decir es que era cierto, que la vida de nadie tiene sentido y que en este segundo de universo en el que existimos todo se diluye, que nada hay más alejado que las palabras sentido, motivo, porqué y otras similares, que yo lo sabía desde hace mucho, y que ni ella, que afirmaba tanto en sus ratos esperanzados un más allá, podía ignorar el desamparo.
Pero no podía decirle eso, era mi madre y aunque ese
desamparo fuera existencial yo no podía confirmarselo, pero tampoco me sentía
capaz de inventarle una excusa, ilusiones reconfortantes, siempre he sido un
pésimo consejero. Así que la arropé, le pregunté si quería un té o que cerrara
la puerta y me fui de allí.
Ya en mi cuarto, protegido por el pestillo llegué a esa
conclusión: yo no debería estar aquí, a veces siento que hay gente mal ubicada,
la idea de la geografía extraviada tal vez era un asunto vital y no político.
Yo debería estar en otra parte, pensé en México, en el Df sumergido en la
noche, en los cafés de Coyoacán a las 2 am, en Crisabella leyendo a Wolf en
Medellín y esperando mi respuesta dos meses retrasada, tal vez allá tendría las
respuestas. Hay gente que es como si nunca acabara de tocar el suelo, yo soy uno de esos, y realmente siento que lejos de este horizonte donde no sucede
nada podría finalmente hundir mis pies en la tierra. Me pienso en un corredor
multicolor, acostado en una hamaca esperando amigos lejanos, o que llegue Omar
para charlar de libros y de la herida erótica que genera el amor perdido, de la
necesidad de dolerse hasta ver los huesos hechos ceniza, acariciar el pequeño
enrrejado de una casita en lo árido de Oaxaca mientras la polea se mueve en
rústico pozo. Yo sabría de qué va la vida allá, sabría decir la vida es tal
cosa, vale tanto, pesa esto, por tal cosa sería mejor no amanecer mañana vuelto
frío bajo las sábanas.
Pero acá no tengo respuestas, acá soy el banal
ofrecimiento de un té, acá no pasa nada, en este país, en esta Suiza
centroamericana, en este valle central con sus zonas clase media, yo no debería
estar acá. Mi mundo debería ser entre metros y editores, ratos de lectura y
conversaciones, desiertos y frío. Yo no debería estar acá, no debería estar
acá...