viernes, 9 de septiembre de 2011

Algunos apuntes sobre filosofía latinoamericana
















La filosofía latinoamericana está en crisis” apunta Christina Schramm (p.1) al inicio de su artículo La crisis de la filosofía latinoamericana y aclama una apertura de la filosofía latinoamericana con el fin de integrar a esta “el pensamiento indígena, afro-latinoamericano, feminista y de otras narraciones” (p.2), ante la caída de los metarrelatos y la fragmentación de la narración dominante se abre esta posibilidad.



No obstante cabe preguntarse si realmente esta narración dominante está “cada vez más cuestionada y por ende fragmentada en su lógica” (p.2) o si esto deviene por el contrario de la lógica misma del capitalismo transnacional, multicultural, verde si se desea, e incluso contrasistémico. De qué concluyamos de ese cuestionamiento se podrá concluir el carácter de la filosofía latinoamericana, o si tal cosa realmente existe.



En una modernidad que se presenta a sí misma como “líquida” (Bauman, 2002) tal liquidez no deviene en un estado real de las cosas: lo menos líquido en esta modernidad de apariencia líquida y sin metarrelatos continúa siendo el capitalismo, más bien cada vez más sólido, libre empresa, hegemonía cultural bajo preceptos de funcionalidad en un medio multicultural y encubierta bajo la democrática idea de globalización y Facebook como nuevo sujeto revolucionario (con sus Wiki-revoluciones) forman parte de las actuales sagradas escrituras .



Más que fin de los metarrelatos se puede hablar de una transformación de la hegemonía cultural que altera el carácter de los mismos, metarrelato es aquel formador de identidad, aquello que sirve no solo como horizonte para la reivindicación, sino también (y principalmente) aquel que conforma nuestro sentido común (en sentido schützeano) nuestro acervo de conocimiento a mano, si bien las antiguas formas de estos se oxidaron y disolvieron en esa liquidez con que Bauman califica a la modernidad, de la cual son a la vez causa, esto no implica que tal modernidad carezca de ellos, de hecho la sensación de tal liquidez, de que ya todo está perdido y solo queda la nostalgia, sigue una lógica similar, evidentemente existen otros más fácilmente perceptibles, como lo es la idea de la democracia como única vía política posible, además de moderna, justa y completa, de ahí que reconocidos autores aboguen por una profundización o radicalización de esta.



La filosofía latinoamericana no ha escapado de esto, la crisis a la que Schramm alude se ancla en lo anteriormente expuesto, los fundadores dan apariencia de estar obsoletos, el antiimperialismo se presenta retrogrado, atenta contra el progreso (gran sacrilegio, como quedó en evidencia durante la campaña a favor del TLC), tan solo es consigna de monstruos, el ser latinoamericano se torna imposible, se devela como ficción. Aunado a esto hay que agregar el carácter profundamente idealista de la filosofía que encalla la discusión en la posibilidad o imposibilidad de la filosofía latinoamericana (y del ser latinoamericano) sin realizarla.



No obstante la necesidad de “pensar América Latina” es ahora aún más vital que en las eras de esos fundadores; exista o no un ser latinoamericano lo cierto es que las condiciones de aniquilamiento en que se sistemáticamente existen (o dejan de hacerlo) gran parte de la población de la región y el aniquilamiento mismo posee una existencia ontológica, ética y socialmente innegable.



La crisis de la filosofía latinoamericana es sintomática, representa no solo el carácter que la modernidad da a la región, sino también la efervescencia de los movimientos sociales que se apoderan de ese campo antes reservado a intelectuales aislados. Esta “crisis” es lo que ha permitido el ingreso de nuevas visiones más integradoras y el cuestionamientos de antiguas formas no inclusivas, pensar Latinoamérica exige un cuestionamiento ecuménico, pues va anclado a reivindicaciones de nuevos actores sociales, actores que ya no son el partido, la clase obrera, ni tan siquiera el campesino, sino la mujer, el indígena, el homosexual, el transgénero, etc.






Pero ¿Qué es realmente Latinoamérica? Más allá de una cuestión geográfica o idiomática, la necesidad de conceptualizar una América Latina, Nuestra América, deviene de las condiciones de opresión, explotación y dependencia que sufre la región como un todo, del imperialismo (económico y cultural) y de su papel en el capitalismo transnacional (como materia prima, como mano de obra barata, como capital intelectual desdeñable, como servicios, etc.). Decir que Latinoamérica es una sola realidad sería una falacia histórica, negarlo en su totalidad sería otra.



America Latina no es occidente, no es parte de occidente (ni si quiera una parte despreciable o inferior) aunque es cierto que algunos lugares de ella si lo son, como decir la casa de jefe extranjero en el enclave de una Banana Republic, lo cierto es que el carácter de Nuestra América se asemeja más a una región occidentada, una región que padece, tanto por imposición externa como por auto-imposición, del pensamiento occidental y del desarrollo de occidente sin llegar a alcanzarlo y sin que los enunciadores del mismo se lo permitan, el latinoamericano es intrínsecamente un otro para el pensamiento hegemónico: habita en una región de inmensa riqueza pero lastimosamente poblada de latinoamericanos. Latinoamérica es occidentada y no occidente porque es excluida de definir los cánones de occidente, los cánones del desarrollo (recuérdese que es lineal, si lo alcanzas, desarrollado, sino, atrasado).



En el capitalismo transnacional y su lógica, el multiculturalismo, América Latina, se ve como una región a la que es menester respetarle su retraso, su pobreza y bien sus matanzas tropicales, como si tal cosa fuese autodeterminación, como si no llevaran nombre del (neo)colonizador, como si el multiculturalismo no se vinculara con la hegemonía y la opresión del capital transnacional.



Ante esto solo se puede responder con un empoderamiento creador, con una praxis liberadora, con auto-constitución de los sujetos, ya no cabe la pregunta por la autenticidad de una filosofía latinoamericana, no se puede partir de cero como si la región no hubiese padecido nada, como si las venas abiertas de América Latina no estuviesen sangrantes, es justamente esa historia la que provee el capital liberador que posee la región y que exige una filosofía que disipe la niebla con que el pensamiento hegemónico oculta no solo las caras de la opresión, sino la posibilidad de reivindicación.



Si realmente la filosofía en la región no es autentica entonces no es que no exista una filosofía latinoamericana, es que esta no es liberadora: nuestras producciones, al igual que todo, pueden conducir a esa emancipación, negarla, retrasarla u omitirla. Esto claro si se entiende por filosofía latinoamericana una cuestión geográfica o idiomática, pero si se le entiende desde la necesidad que se explicó anteriormente, es por definición autentica, desde y para América Latina, autentica pues implica una ruptura con el logos occidental, o mejor dicho, con su presunción de totalidad y le revela como pseudo-totalidad, que al presentarse como totalidad invisibiliza y excluye el pensamiento reivindicador, pues se trata de una totalidad que no lo incluye, el logos occidental no es dialéctico, sino lineal, se valida a sí mismo en la no-contradicción, las reivindicaciones latinoamericanas no tienen poder para definir esa totalidad que le es impuesta, como decir los derechos humanos, positivistas y occidentales; en los cuales no entran las demandas y reivindicaciones creadoras de los movimientos sociales. La autenticidad de la filosofía latinoamericana es la revelación y el rompimiento de esa pseudo-totalidad y creación o el aporte de un pensamiento que no solo sea inclusivo, sino que permita y sirva para que los sujetos en su autoconstitución y su empoderamiento como sujetos históricos, creen, piensen y recreen América Latina.


Debe ser desde y para América Latina (aunque este para no designa exclusividad sino dirección) pues se trata de un empoderamiento de sujetos que no poseían esa capacidad para regirse, liberarse y recrear su realidad, es decir se sujetos históricos de su propio destino, que se piensan y plasman sus propias reivindicaciones en un espacio de apertura.



Pensar América Latina es visualizar su papel y su rol a escala mundial y plantear la desenajenación, la descolonización, es ver el espacio de souvenir que la globalización (en realidad transnacionalización o internacionalización) le deja, es plantear y luchar por romper con la dependencia (económica y cultural), la violencia estructural, la mano militar, que impiden el empoderamiento de los sujetos al expulsarlos bajo pena de aniquilamiento de los espacios de poder. Es develar los espacios mismos de poder y las formas de relaciones interpersonales como falsas totalidades, producto de un capitalismo global, transnacional, que no obstante no pierde sus ejes. Es criticar que Facebook sustituya a los actores sociales como sujetos de nuestras reivindicaciones. Es criticar el desarrollismo y reivindicar un desarrollo propio, no lineal, donde los nuevos actores sociales, así como los viejos, hagan valer sus reivindicaciones y no tengan que estar en posición de vulnerabilidad, de ser aniquilados.


La región reclama una cotidianidad no represiva, incluyente, esto es una tarea que la filosofía no puede realizar por sí misma, solo los colectivos, los movimientos sociales, las comunidades con su emprendimiento común, pueden realizar esa tarea, la reivindicación no puede bajar del topus uranus de las y los filósofos y ser santo grial para las personas que habitan la región y meritan liberación de su condición de vulnerabilidad, dependencia o autodestrucción. El colapso no puede ser remediado por medio de una disertación, America Latina no será sujeto de su propio destino ni se salvará del colapso mundial con idealismos filosóficos solamente, estos pueden hacer conciente, despertar, pero nada más y aún tales acciones le superan.


Si bien se negara la existencia de algo como Latinoamérica y de reivindicaciones comunes, resultará terriblemente evidente que el colapso mundial es un asunto que compete a todos y todas, y que realmente si existen reivindicaciones comunes, globales de hecho; las que competen a la región tienen alcances globales, implican no solo deshacerse del opresor, sino que esta misma acción le libera también a él de su carácter de opresor que también lleva a su propia aniquilación.



La filosofía latinoamericana no debe buscar fundar metarrelatos, sino la posibilidad misma de que los sujetos puedan fundar sus propias reivindicaciones, así como denunciar los metarrelatos existentes que son opresivos, enajenantes, falsas totalidades, que se camuflan en la liquidez de la modernidad.







Bibliografía



Bauman, Z (2002) Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica



Cerutti, H. Memoria Comprometida. Heredia: Departamento de Filosofía (UNA). Cuadernos Prometeo N. 16




Gallardo, H. Para qué pensar. Accedido el 22 de abril del 2011 desde http://heliogallardo-americalatina.info



Martí, J. (2005) Nuestra América. Caracas: Editorial Ayacucho



Mora, A. (2005). La Filosofía Latinoamericana. Introducción Histórica. San José: EUNED



Salazar, A. (1976) ¿Existe una filosofía Latinoamericana? México: Siglo XXI



Schramm, C. La crisis de la filosofía latinoamericana. Heredia: Escuela de Filosofía (UNA).Hoja Filosófica. N. 14. pp. 1-2



Zea, L. (1980) La filosofía latinoamericana como filosofía sin más. México: Siglo XXI




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