lunes, 1 de octubre de 2012

Un regreso posiblemente sin suerte

Regresaba de una cansada gira de la universidad, de uno de esos lugares donde el calor vuelve húmeda la ropa, vuelve húmedo el cuerpo y todo se revuelve al punto que para quitarse la camisa hay que pedir auxilio, cuando tuve la genial idea de bajarme antes y tomar un posible atajo a casa, uno de esos atajos que uno medio sospecha pero sabe bien que esa jodida idea será una mierda y todo acabará peor.

Como sea uno nunca se hace caso, y de eso se trata todo: uno nunca se hace caso, siempre ignoramos ese sexto sentido, ese sentido común, la obviedad de que los malos planes son  malos desde que uno los piensa y sabe lo que será... pero igual los hace.
Para llegar a mi casa debería tomar apenas un par de buses, uno desde ahí al centro, otro del centro a mi casa. No más de media hora todo el trayecto. Eran las 3:36 cuando bajé con un amigo de la micro que me indicó la parada.

Primera porquería: el bus pasaba cada hora y media y recién pasó... además me dieron ganas de orinar.

Mi instinto me dijo no bajar, no tomar atajos... una vez hecho eso, me dijo "ve caminando". Pero no lo hice, me quedé hora y media en la parada con la vejiga llena y unos tabacos, pero las vejigas son exigentes y tuve ir justo en el momento en que a mis espaldas mientras los chorros de orina me mojaban los zapatos pasaba el bus que había esperado hora y media. Cerré el zipper y medio orinado salí tras el bus que medio paraba a ratos como para animarme en vano... nunca aprendí a silvar, algo vital para sobrevivir en la ciudad entre la intransigencia de los choferes.

No hará falta decir que lo perdí. Decidí entonces caminar, cuatro kilómetros, con una lluvia necia de esa que es poquita y pero prolongada. Por suerte, luego de dos kilómetros mojado y exhausto, pude subir a otro bus, por fin rumbo al centro. Mientras pensaba en lo terrible del regreso me asaltó el pensamiento de que fue karma por burlarme de la lisiada o por mi maldad, o por algo; también pensé en lo amable que suena mi voz cuando me dirijo a un desconocido para solicitar su ayuda, pura hipocrecía, en realidad soy un gran odioso, de ahí el karma, pero la verdad en la ciudad todos lo somos, uno se vuelve adicto a ser un pequeño universo cuyos bordes podrían estallar si chocara con otro, y sucesivamente así. Todos estamos solos.

De repente el bus hizo una parada y subió una mujer con un sleeping y un perfume dulce que daba ganas de llorar, por algún extraño motivo sentí que en esa imagen se condensaba la esencia de mi vida y todos los cambios de los últimos meses. Me sentí como si en ella saludara a mi pasado y lo dejara irse, sentarse lejos, atrás, en lo más profundo de mi memoria, en los asientos del medio. Fue una extraña reconciliación, posiblemente todo efecto de su aroma, una mujer que huele dulce siempre me conforta con nostalgias, como si lo dulce hubiese quedado atrás en lo pasado y ahora sabría que tenía que dejar de divertirme y doblar el lomo.

Fue un momento hermoso pero demasiado serio, como decir la vida real o cumplir 25 sin tener trabajo, hasta llegué a pensar que había valido la pena la espera, el cansancio de la caminata y las malas decisiones, el hacer esperar a los amigos de la reunión de más tarde. Como si entre ella y yo se hubiera abierto un camino que pasaba por mis memorias y mis sueños, de su alma a mi vacío, de mi vacío al suyo y viceversa, me sentí enamorado sin ver siquiera su rostro, solo ese olor sintético del perfume barato. Una mujer que produce el llanto en un corazón más bien seco siempre enamora.

Pero la joven bajó y se llevó su olor dejando morir un leve rastro en el aire. Cosa curiosa que mientras lo hacía creí escuchar una queja por mi mal olor. Me dio risa, mientras llegaba mi parada a tomar un bus que no era el mío pensé en lo irónico de todo: ella fue algo para mí y yo una molestia para ella, un tipo sudado con cara de Jesucristo indigente y terrible aroma.

Decidí hacer el resto del trayecto a pata y sin paraguas.