sábado, 3 de noviembre de 2012

Matutino


    Julio Cortázar hablaba con ese tonito de burlarse de uno sobre aquella gente rara que aprieta el tubo dentífrico por la parte de abajo dejando una pancita o comba bien definida, y con esto se convierten en miembros irrenunciables del mainstream o del jet-set.

   Pensando en eso durante una clase matutina luego de levantarme a deshoras entre boberías para no morir de la falta de sueno, viene esta chica bamboleándose con una de esas suéter grandes y esponjosas que dan sensación de abrazo, con el cabello chino largo, dándome una idea de estar en presencia de una manifestación sino divina al menos sirenesca, algo élfica propio de uno de esos seres volátiles que dan saltitos o coletazos por ahí a la luz de alguna luna dejando escamitas brillantes y enamorados estúpidamente eternos y no-correspondidos. Algo realmente tonto.

    La cuestión es que llega esta chica medio flotando, pone su lata de jugo en el escritorio y saca una pajilla (lo que llaman en algunos lugares un popote) y la mete en el hueco de la latita, acerca los labios y aspira el juguito y bebe. Luego, lentamente separa los labios de la pajilla y deja esa humedad que hace que el popote se pegue la superficie del labio y se despegue lenta y atractivamente con sensación de mordisco.

    Pero como siempre vuelvo en mí y recuerdo que son las siete de la mañana de un día húmedo, que estoy en clases bastante lejos de casa, que no le conozco ni le voy a conocer nunca pese a que está a menos de dos metros de distancia de mí y que lo ha estado durante casi seis meses, y que en realidad no me importa en lo más mínimo ni ella, ni el jugo, ni la baba que hace que los objetos se peguen a los labios y se despeguen tierna o eróticamente, y que beber jugo de una lata con una pajilla es en definitiva más raro que estripar el dentífrico por detrás; y que aunque fuera distinto acabaría por ser a la larga igual.