jueves, 12 de marzo de 2015

Nostrum Mare

No habría que defender al himen
sino el derecho de la niña
a conservarlo,
a guardarlo, si lo quiere,
en una cajita
y que no se lo robe el miedo,
que no le toque la cara
con sus dedos de ganzúa
que no se sumerja
en la mala hora
de este continente
ubicado siempre al este de la sombra
en la izquierda más amarga de la noche.

No tendríamos por qué perder el tiempo
hablando del ultimo castigo al estudiante,
del abismo que cuelga desde sus cuencas vacías,
pero algo habrá que decir
sobre su derecho de gritar
a negarse a sucumbir en el lodo
sin caer fulminado
por esta piel de víbora
que palpita desde el suelo
a no convertirse
en llama y aguacero
cuarenta y tres motitas de luz
entristeciendo el amanecer.

Ni defender al indio
perro miserable adornando las esquinas
sino a su derecho a estar aquí
a mi lado o al suyo pero aquí
a no ser marcado como ganado
y que vea bajo la lluvia
como su alma se disuelve
en los claroscuros.

¡Pero es que nos han hecho tanto!
¿Cómo hacer poesía si nos han hecho tanto?
¿Cómo aparecen ellos, poetas, criticando estas palabras?
Nos han querido dar
y lo han hecho tan duro
con tanta rabia
como si cada sangre
cada aullido que impone el silencio
calmara sus desiertos
animales que gritan a la luna
para olvidar que se saben tan solos
bocas de ceniza
besando las frentes de los hijos
cuando el alba hace llover el llanto
y se marquen en sus caritas
los huesos de esta condena.

jueves, 12 de febrero de 2015

El hijo

Te estaba leyendo, juan
y me dabas unas ganas de llorar
le hablabas al hijo
le pedías al mundo
que no le reservara tantos dolores,
que no subiera el pan
que le dejara algo de leche,
algunos pájaros,
unos amigos.

Hablabas de su rostro
que aun no veías
cubierto con el vientre como cielo
usabas palabras como cuna
pañal la bata,
y el amor era el cuenco
de tus manos sosteniendo el mundo.

Te estaba leyendo, juan
y me daban unas ganas de llorar,
porque la vida le reservó pan
canto de estrellas
cuna de llanto
en el mar profundo de los desaparecidos.

sábado, 13 de diciembre de 2014

PALABRAS A UNA MUJER DISTANTE




Esa mujer 
construye una casa de lápidas
sobre las nubes, 
balneario de mi sangre quemada
sobre el abismo teje
un dibujo de su nombre,
sus palabras
eran pájaros hambrientos
que agonizaban contra mi pecho.

Este blanco corazón de tiempo
esperaba contra el muro
un murmullo que le salve
que trasnoche la desidia
de esta perra vida
que se estancó en su
cabello cuando
se enfrentó a la despedida y a la puerta

El mes que vino,
su sombra le precedió
arrastrando mis palabras,
como habitante ajeno del universo,
dormí con su fantasma
que ahuyentó mi sueño
con su voz tibia.

Esta mañana apareció,
vino como el rumor que oíste
madrugar al viento
y al asfalto frío del abandonado.
Dormirá conmigo
esta noche
extenderá por un segundo
               la humanidad de mi cuerpo,
                        y ella,
                              entre la niebla
                                      danzará sobre el abismo.



sábado, 19 de julio de 2014

Fragmento de novela

Agustín colecciona citas de libros, lo que piensa es una actividad abrumadoramente solitaria. Todas las personas que ha conocido con su mismo nombre son algo miserable, unas cosas patéticas. Lee libros y coloca pequeñas flechas en sus pasajes favoritos, los que le dicen algo, como la voz eléctrica de un sonar que se devuelve de profundidades oscuras nunca vistas por el ojo humano. Es posible acercarse a alguien por los libros que lee, pero solo se les conoce realmente por la lectura que hacen de esos libros, por las citas que eligen como representantes de sus vidas. Los libros dicen siempre más de sus lectores que de aquellos que les escribieron.
Luego, Agustín transcribe cuidadosamente las citas, que dice son fragmentos de su alma, a un cuaderno que le regaló Samir. Piensa en ese cuaderno como un bosque de palabras, en el que aquella alma compasiva que le acompañe como testigo del tiempo se adentrará, sus hijas largamente soñadas, de las que pasa el tiempo eligiendo nombres, se adentrarán, y tendrán así una imagen más humana de ese hombre retraído que es él.
Pero Agustín no conoce a esa mujer, y esas niñas no existen más que en su mente, como memoria de un pasado prohibido por la vida que aún no ocurre, que no ocurrirá nunca. Y ese cuaderno no es sino un bosque de espanto, una marca imborrable de su soledad. Un diario de su lectura destructiva de la vida.

Como el nombre que dios se dio a sí mismo para existir y que fue vedado a los hombres, como el ruah, el viento que sopla en el desierto y que dio vida a la primer pareja humana para luego ser el árido viento que impone la muerte, así Agustín se da a sí mismo esas palabras que encuentra en otros para decirse que existe, como un Karamazov soportándolo todo para afirmar su existencia, diálogos de muerto como refugio del azote cotidiano, que se repiten para formar con frágiles manos de viento su personalidad. Sin embargo en horas más sinceras, su mirada cae en pasajes crueles y reveladores: una cita de Cortazar anuncia que detrás de todas las respuestas y las máscaras hay un agujero negro, y Coetzee sentencia que detrás de cada una de las puertas nos espera un nuevo horror. Entonces él sabe que detrás de su última máscara no habrá un vacío, no habrá una máscara infinita ni un rostro calcinado por el miedo, sino un nuevo horror, aquel en el que cuelga sus máscaras y sus palabras al dormir, y que aflora como su más sincero temor. El terror-carne, el terror-hoja-de-cuaderno, donde se soportan las palabras que ha elegido. Esas palabras que son cristalizaciones de su alma, pero el alma no es sino un supuesto, una ficción que espera ser hallada, como las palabras de sus libros que esperan el advenimiento de ese lector futuro. Pero ella no viene. Queda como dios, repitiéndose infinitamente su nombre, absolutamente separado del mundo.

martes, 8 de abril de 2014

Poema

Nunca sabrás a qué sabía
esa madruga sobre mi rostro
nunca escucharás
del bramido de ese lobo en el viento

Nunca más, espero,
el esperma rozará
como anoche tu espalda

Por eso, ayer,
antes de la huida y desde la puerta,
mastiqué los últimos
gramos de tu sexo.

martes, 11 de marzo de 2014

Noche

Ella me dejó un poema
colgando de la puerta.
Yo tenía un cuaderno de frases robadas,
diálogos de muertos
como bitácora del azote salvaje y cotidiano.
Ella trajo el frío, la voz que ciega el silencio.

Había pintado la piedra para el naufragio,
sesos repartidos entre la hoja y el anhelo.
Su ausencia fue el aullido de la noche
que secuestró al aire.

He intentado
(yo también, aún sin nombre)
salir de esta página,
de la sombra cosida,
volver al entrecomillado
de alguna redacción suicida.
Ella tejió mis parpados a la esperanza y a la espera,
llamó a la vida como testigo del tiempo.

Ahora estoy a solas con su nostalgia,
ella me dejó un poema colgando de la boca,
arrancó las paredes de esta  casa de espanto.
Voy a cerrar la puerta,
            Esta noche ella poblará mis versos.

martes, 21 de enero de 2014

Venir

Cuando se fue
volvió la poesía.

No trastabilló tras la puerta
no fue grito en espejo
no vino callada como sombra
ni como grito en boca de mujer extraña.

Ni como lamento vino
ni como susurro
ni como érase-una-vez
ni como poco-sabía.

No era musa,
no residía en bebida espirituosa
ni en humo sospechoso
ni en húmedo gemido lastímero.

No se llamó venganza,
no fue compañera de dolor
ni trapo de llanto.

Apareció, si lo hizo,
como residuo cotidiano,
mirada en ventana abandonada,
como fondo de existencia,
como imagen puesta-sobre-mí-trás-de-mí.

Vino complemento a la esperanza
y como grito, temblazón,
tal vez, tatuaje,
columna vertebral
grito si es necesario
               y si no importa